La felicidad no es un sueño ni una meta, la felicidad es la confianza en Dios y la esperanza en Su Misericordia. La felicidad no está afuera, sino que comienza a fluir dentro de nosotros mismos, al principio como gotas, pero mientras más confíes en Dios crecerá hasta ser como un rio, un río de fe, de complacencia, fuerza y positivismo. La felicidad transforma a las personas, te hace tener un corazón que solo se esfuerza en dar y un alma complacida con el decreto de Dios, ¿has visto a un verdadero creyente deprimido? ¿Has visto a alguien que no es creyente ser verdaderamente feliz?